El perdón es una actitud que se adquiere, se aprende, y se pone en marcha. Es un estilo de vida, en el cual todo se abre a esa venturosa inercia de ver y solo ver el halo de la verdad que nos iguala a todos. Una mente hermética y confabulada con el desacierto de la razón, aprendida desde la dinámica del mundo, se siente constantemente amenazada, pues presiente peligro y devastación a cada paso. Un titubeo que la lleva a estar especialmente expectante a las figuras que aparecen en su interpretación, las cuales, casi todas, le hablan de símbolos y arquetipos amenazadores y culposos que esconde en sí misma y proyecta al exterior donde culpa por cómo se siente y por el daño que evalúa lo que el exterior produce. Sin apenas percatarse de que su sentir es suyo y no está ligado a las acciones o circunstancias que cree experienciar. Si sufre estima que son los demás la causa de su dolor. Si se violenta y airea su rabia, es debido a la actitud de algunos de su alrededor. Si se entristece responsabiliza de su mal al que interpreta como su detractor. En casi ningún momento comprende que sus emociones y pensamientos desconchados le pertenecen y no busca responsabilizarse, prefiere atacar, acatar y sufrir. Lanzando más leña a la hoguera de la culpa. El perdón destierra todos los espejismos e interpretaciones y sana toda relación, pues la relación es con uno mismo. Fuera no hay nadie.
Una mente contrariada y reacia en realidad teme lo que ella imagina. Su suelo es resbaladizo y sus pedazos de razonamiento son filtrados por el temor de lo que ella misma ha fabricado, en un intento de descargar la culpa que la corroe. Y ya sabemos que el mundo es una imagen de una culpa guardada en nuestro inconsciente, la cual se apoya y se resguarda con nuestras condenas y nuestro deseo de hallar culpables. La culpa se refleja en ese gran holograma y la sostenemos al cargar con lo que se nos muestra. El perdón deshace sin luchas la falsa autonomía de la culpa y descansa en la serenidad de la inocencia. La vida es inocente, reprocharle algo es reprochárselo a usted mismo. Y si usted está en tela de juicio, su veredicto y condena anda cerca. Pecado y juez son ilusiones de la misma locura. Lo mismo dicta sentencia que paga con la muerte la condena. Y el Amor no está loco. Loco está el que repudia su ser atacando a la inocencia que, en esencia, son todos sus hermanos.
Si en algún momento la mente engañada por el ego expulsó los demonios de la culpa y el pecado fuera de sí misma, estos, una vez fuera, en el exterior, aparecen como volitivas formas que desean su sufrimiento y muerte. El pecado se presenta por todas partes, e incluso tiene la profunda sensación de que ella misma merece la tajante e impía crueldad para redimir sus propios pecados. La mente está atormentada y se experimenta atormentada, desde dentro hacia fuera. Su vagar es parecido al de un fantasma muerto vagando por los confines de un terror irreductible. Tan real y temerario que la vuelve reacia y reactiva.
¿Qué es el perdón? La reconciliación y respuesta amorosa a toda fantasía. En él se disuelve el agobio, así como la angustia que señala, juzga y condena los actos de la culpa inconsciente.
En los ojos del perdón no hay fechorías, sino más bien peticiones incipientes de amor, comprensión y cariño. Un ser perdido en la incertidumbre vive preso de una inseguridad casi siempre latente, sus acciones hablan de su infierno interno y la desprotección que siente al verse solo, cansado y amenazado. Sus datos, así como sus ademanes hablarán de control, fortificación, expectativas y violencia. Ha desterrado la confianza y se ve envuelto en una
individualidad tan precaria y espantada, que a sus propios iguales los adivina monstruos. Al necesitar seguridad establece un bando, él contra todos. Se automargina y reacciona como podría reaccionar una fiera herida.
El perdón se eleva y mira por encima de la devastación, se cerciora de que nada, ninguna criatura, está desvalida, y se une a la parte real de todo ser, obviando sus contradictorias controversias. Y el perdonador recuerda que no hay nada que perdonar. Pero, aun así, cuando aparece y penetra la tentación de condenar o condenarse, afirma: «El perdón es la llave de la felicidad. Despertaré del sueño de que soy mortal, falible y lleno de pecado, y sabré que soy el perfecto Hijo de Dios».
No hay moral o ley humana que pueda sustituir la verdad imperturbable del Ser que comparto con mis hermanas y hermanos. Nada podrá probar que el Amor ha muerto. En Dios Soy, en Dios me reencuentro.
El comentario de esta lección está incluída en el libro de Juanma D’essence La piel del sueño de mayo y junio
La piel del sueño de mayo y junio
Este libro son comentarios de las lecciones 121 a la 151 de Un Curso de Milagros
Muchas son las mentes que se conmueven, cuando integran las ideas de Un Curso de Milagros, a nadie deja indiferente sus siempre amorosas enseñanzas, aunque en ocasiones su lenguaje es tan claro y radical con la demencia del ego, que este las niega, y las rechaza, alegando que el Curso miente. Sin embargo, el ego…
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